Pertenezco a una familia grande, soy la séptima de ocho hermanos. Es fácil imaginar que una madre apenas se daba abasto para cuidar de tantas personas.
Todos los bebés comienzan a dar sus primeros pasos con ayuda de una andadera, lo siguiente es empezar a ponerse de pie con la ayuda de un ser humano adulto y así, iniciar a experimentar el maravilloso vértigo de caminar por sí mismo.
Sé por mi hermana mayor que pese a tanta gente en casa, nadie tenía el tiempo de darme esa mano de apoyo, así que como los niños no han heredado aún los límites de la edad adulta; un día se dieron cuenta que yo me ponía de pie sola colocando mis dos manitas sobre la pared del patio interior de la casa, me sujetaba bien y las deslizaba hacia arriba para luego recorrerla de lado a lado, una y otra vez, una y otra vez, hasta que un día conseguí caminar sola sin apoyarme de la que ya se había convertido en mi amiga y apoyo, la pared.
Cuando lo conseguí, el gozo y el entusiasmo fueron desbordantes en mí, me contó mi hermana, “alzabas tus manitas, reías y reías en tono alto, abrías grandes tus ojos –que ya eran de por sí grandes, lo habías conseguido, sola, empezaste a ser libre e independiente”.
Hay recursos siempre disponibles a nuestro alrededor para conseguir nuestras metas, pero sólo podemos localizar esos recursos cuando el objetivo es claro en nuestro interior, cuando no lo juzgamos y no nos lamentamos por no contar con el aquel ideal que nuestra mente ha fijado como único para lograrlo.